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Mes: septiembre 2021

Presencialidad

Presencialidad

Presencialidad

Nico Montero

En estos días los colegios y los institutos vuelven a llenarse de vida. Atrás queda un verano marcado por las vacunaciones, que ha supuesto un respiro y un necesario descanso de la tensión acumulada en un curso excepcional, en el que todas las comunidades educativas hicieron frente al reto de la educación en tiempos de pandemia.  El curso pasado fue una prueba de fuego en todos los frentes posibles. Los docentes se hicieron, de la noche a la mañana, expertos en logística, desinfección, ventilación, protocolos sanitarios, cuarentenas, aislamientos, CO2, atención telemática y, como no podía ser menos, un impagable apoyo psicológico al alumnado y a las familias en tiempos de mucha dificultad e incertidumbre.

Con mucha dedicación, imaginación y creatividad, los equipos directivos diseñaron planes y protocolos para plantar cara al bicho y ponérselo muy difícil, creando espacios seguros e inspirando la confianza de las familias. En esta encrucijada, el profesorado y el personal de administración y servicios, tuvo que tragarse el miedo y sobreponerse al lógico respeto que da encerrarse en discretas y pequeñas aulas con 25 o más alumnos durante jornadas de 5 o 6 horas diarias. Era el momento de asumir la enorme tarea y responsabilidad social (siempre tan fácilmente criticada y denostada) de los maestros y maestras de escuela, los profesores y profesoras de aquí y de allá, echándose a las espaldas la custodia mañanera de tantos niños y niñas, adolescentes y jóvenes, en tiempos de pandemia.

Por fin las condiciones epidemiológicas permiten la vuelta a la presencialidad total, y esto es es una gran noticia. La esencia de la escuela se cuece en los procesos educativos que se desarrollan en la cotidianidad, en el día a día de los centros educativos. Ha sido muy importante el aprendizaje, aunque forzado e in extremis, de profesorado, alumnado y familias en el manejo de los recursos digitales que garantizaron la atención telemática. Muchas de las herramientas han venido para quedarse enriqueciendo los procesos educativos ordinarios. El salto en transformación digital de los centros educativos es una realidad que nos ha hecho avanzar una década con respecto a lo esperado sin la indeseable concurrencia de una pandemia.

Abrazados al mundo tecnológico, y con la conciencia clara de que la transformación digital educativa es un valor en alza que facilita y mejora los procesos educativos, la gran apuesta de la escuela siempre será la presencialidad, esa bendita suerte de pertenecer a un colectivo y permanecer juntos en una historia entrelaza y tejida con experiencias compartidas. La escuela tiene esa contundente vocación de socializar desde una perspectiva crítica y de crear ciudadanos libres, honrados, responsables, justos y solidarios. Es un proceso que se vertebra de un cúmulo de experiencias compartidas que no pueden desarrollarse tras una pantalla o de forma virtual, en la soledad de una habitación. La Escuela es una experiencia que, como todas, necesita ser vivida a lo largo de años para lograr hacernos madurar. Es una vivencia tan humana y tan auténtica, que lo bueno de ella y también lo que no lo es tanto, nos ayuda por igual a forjar quienes queremos llegar a ser.

La Escuela es un patio, y también aulas, amigos, risas, nervios, peleas, amistad y también desencuentros, besos, éxitos y fracasos, ilusiones, olor a libro nuevo, alboroto, excursiones, el maravilloso timbre de los viernes al salir de clase, …todo un compendio de vivencias imposibles en la tele-escuela.  Hasta las experiencias negativas que pueden darse en los años de escolarización son una oportunidad para crecer si sabemos aprender de ellas y traducir lo vivido en sabiduría. La escuela solo es escuela si lo es para la vida, y la vida es siempre una aventura sin guion que se proyecta en los inolvidables años de la escuela.  Feliz vuelta al Cole, maravillosa presencialidad.

GIRA 30 AÑOS – NICO MONTERO

GIRA 30 AÑOS – NICO MONTERO

Hace 30 años comenzaba esta maravillosa aventura de hacer de la música un vehículo para poder transmitir la fe y mi esperanza a gente de tantas latitudes. Hace 30 años, con tan solo 19 años, publicaba mi primer trabajo discográfico «al fuego de tu fe», con soberbios arreglos de José Martínez de Edén y el lujo de contar con las voces de algunos de mis queridos hermanos Morales, Brotes de Olivo. Desde aquella inolvidable cinta de cassette, se ha tejido una historia de música, fe y compromiso. A las espaldas, *más de 1000 conciertos y 25 trabajos discografícos*, miles de kilómetros y muchas experiencias que me hicieron crecer y madurar una vocación que fue ahogando la tentación de la vanidad para convertir esta empresa en un ministerio al servicio del Evangelio. A pesar de mis incoherencias y debilidades, la gracia se derramó a raudales y dio fuerzas para responder a esta llamada de proclamar el Reino de Dios y su justicia, a través de la música. Gracias a todos los que me acompañaron en estos 30 años, a los que están y a los que ya nos acompaña desde el cielo. Gracias a tantos músicos, en especial a mi querido Dani Millan, a los productores, comunidades, parroquias, movimientos…. Y especialmente, a mi familia, que sufrió mis ausencias y alentó, con la complicidad de la fe, tantos conciertos, viajes y proyectos. Con la misma ilusión y la misma fe de los inicios, salimos a los caminos, al encuentro, activos y con sencillez. Hasta que Dios quiera y como Dios quiera.. Nos vemos en los caminos. Besos grandes.

BENDITA RUTINA, Nico Montero

BENDITA RUTINA, Nico Montero

Suena el despertador cuando el sol aún no ha vencido a la noche. Tras semanas ajeno a esa rutina y liberado del déficit de sueño, el martilleo de la alarma del móvil se convierte en una jarra de agua fría que me saca violentamente del placentero letargo vacacional. Septiembre ha llegado, y con él, el eterno retorno de lo mismo. Salgo de la cama, aturdido, cansado, a la búsqueda de una dosis de cafeína que me haga recuperar el equilibrio. He vivido esto mismo otras veces. La noche antes de volver a la cotidianidad me cuesta conciliar el sueño, y cuando lo consigo, suena el despertador con la sensación de que hacía unos minutos acababa de cerrar los ojos, tras una larga batalla conmigo mismo para encontrar la paz.

Septiembre se abre paso como ese amigo realista y deslenguado que te dice las cosas a la cara. Te planta ante el escenario ordinario en el que se cuece la vida, independientemente de cómo haya sido tu verano y del estado emocional en el que estés. Te devuelve al ruido, las prisas, los afanes, los retos y sinsabores, con una aceleración vertiginosa. En esta encrucijada, o te dejas llevar por la corriente que te arrastra con la fuerza de la inercia, o ésta se convierte en tsunami que te voltea y te escupe sobre el barro de la mediocridad.

Tras mi primer café de septiembre, me pongo a masticar ideas que me asaltan. Quizá este pesimismo hacia lo ordinario es un cliché más, un estereotipo instalado en las urdimbres del cerebro, una artimaña de los que manejan el tiempo, un vicio cultural por el que hemos convertido lo cotidiano en suplicio y unos pocos días del año en el tiempo extraordinario de la felicidad. Puede que hayamos perdido la perspectiva, y eso provoque que la vuelta a lo cotidiano se haya convertido en un trance.

Quiero cambiar el relato pesimista de un desgraciado a primeros de septiembre. Me rebelo, y sin dejarme llevar por la pusilanimidad, he decidido plantarme en el mundo de otra manera. La felicidad no puede ser el resultado de una ecuación de acciones o de situaciones, o depender de cosas y decisiones que yo no controlo. Es cierto que no soy una isla, sino península, y vivo referenciado y en codependencia con los otros, pero hay un margen de libertad que gestionar. Quizá no controle todas las variables de mi vida, pero sí puedo decidir desde donde quiero vivirlas, desde que opción vital de sentido quiero traducir e interpretar mis días. Hoy me miro al espejo, y aun con el pésimo careto de haber dormido muy poco, me he dicho a mí mismo, con solemnidad y determinación: Hoy voy a ser feliz, y ya que estamos, intentar hacer felices a quienes me rodean, o al menos, no ser un peñazo para ellos.

No hablo de una felicidad cursi y efímera. Hablo de asumir un punto de vista desde una perspectiva realista, pero a la vez optimista, con un toque de ingenuidad, pero lejos de la estupidez, y por supuesto, sin más aditivo que la pasión de vivir. Voy a tomar esta opción vital como punto de partida y no de llegada. Quiero saborear la vida que se teje en cada día, y en todas las horas de los tiempos ordinarios y extraordinarios. Dotar de sentido nuestro itinerario vital es una tarea urgente y requiere la constante actualización de un antivirus. La falta de motivación conduce al abandono en brazos de la peor de las dinámicas: la inercia.

Volver a la rutina es un triunfo, una suerte y un privilegio, que no tienen quienes no conocen más interminable rutina que vivir para sobrevivir. Es un regalo que añoran quienes viven bajo una enfermedad severa. No poder volver es la mayor pérdida de quienes ya no están con nosotros porque les fue arrebatado el tiempo. Que vuelvan, el mayor anhelo de quienes sufren la pérdida. Volver a la rutina es darle la vuelta a la rutina y tomar conciencia de que ésta no existe, solo el tiempo que se escapa por segundos y nos recuerda que cada uno de ellos es extraordinario. Que el despertador suene mañana para todos y que todos disfrutemos de la bendita rutina.